LAS SIERVAS DE MARIA
Y LA BANDERA ESPAÑOLA
EN PUERTO RICO
El diario madrileño LA RAZÓN publicó ayer un reportaje sobre la tradición que conservan las monjas españolas de la congregación de las Siervas de Maria, que hacen ondear nuestra bandera y cuelgan la enseña nacional de las ventanas de su residencia cuando un barco de pabellón español entra en el puerto de San Juan de Puerto Rico.
Es una hermosa costumbre que tiene su historia, como contó en su dia con tanta brillantez el escritor y académico Arturo Pérez Reverte. Pero vayamos en primer lugar con la información que ayer ofreció LA RAZÓN a sus lectores, enviada desde San Juan por la Agencia EFE. Lleva por título “Las voluntariosas monjas que ondean la bandera española en Puerto Rico” y, además, viene acompañada de un vídeo con declaraciones de las propias protagonistas.
El diario que dirige Francisco Marhuenda comienza hablando de la tradición guardada por “las voluntariosas hermanas de las Siervas de María”, que han logrado mantener –dice- “la tradición de ondear, desde el prominente balcón del convento donde residen, la bandera española”, siempre que un buque con el pabellón español en la pola hace su entrada en la acogedora bahía de San Juan de Puerto Rico. Y prosigue:
“La costumbre no se ha perdido a pesar de que los barcos españoles, con el cambio de las rutas comerciales hacia la ciudad puertorriqueña de Ponce, son cada vez más escasos y que las monjas procedentes de España ya son solo cuatro en un convento antes ocupado exclusivamente por hermanas españolas.
La hermana sor Prudencia es una de las supervivientes españolas que dejó hace cuarenta años su Vitoria natal para trasladarse a este convento y casa de reposo, donde las monjas acogen a enfermos recién salidos de operaciones que, por falta de apoyo familiar, buscan la ayuda de las monjas hasta que pueden valerse por sí mismos de nuevo.
"Llevamos 125 años en Puerto Rico", recuerda sor Prudencia, quien desconoce la raíz de esta tradición, pero que es la primera que saca la bandera nacional cuando arriba a la bahía de San Juan una embarcación española.
"Hace un año que no viene un barco español a San Juan", señala esta monja alavesa, que recuerda cómo los guardiamarinas del Juan Sebastián Elcano se acercaron al convento la última vez que el buque escuela de la Marina española atracó en la isla caribeña”.
La hermana cuenta que las tripulaciones de los barcos españoles suelen responder al gesto ondeando también ellos la enseña nacional y refiere, asimismo, que la costumbre, al parecer, empezó a tomar forma cuando Puerto Rico dejó de pertenecer a España.
“Las monjas de esta congregación de origen español son informadas por el Consulado de España en la isla de la llegada de los barcos de ese país, de los que conservan dedicatorias de sus capitanes como testimonio de una tradición que, a pesar de los años, se mantiene en este convento sanjuanero, vecino de "La Fortaleza", la residencia de los gobernadores de Puerto Rico.
Las hermanas son conocidas, además de por mantener esta tradición, por continuar la labor de entrega a los más necesitados que la congregación madrileña de Siervas de María defiende hace más de un siglo. Las 24 hermanas que residen en este convento, todas enfermeras tituladas, además de ayudar a los enfermos que no tienen dónde recuperarse, visitan casas particulares y hospitales para dar asistencia a personas que no pueden valerse por sí mismas y carecen de apoyo familiar.
La historia de la bandera que no recuerda sor Prudencia cuenta que el último barco español en dejar Puerto Rico, en 1898, el "Antonio López", fue hundido cuando salía de la Bahía de San Juan por un acorazado estadounidense. Uno de los supervivientes pudo llegar moribundo a la orilla de la bahía, donde un compatriota gallego le tendió la mano en ayuda.
El moribundo le entregó antes de fallecer la bandera española que ondeaba en el "Antonio López" haciéndole prometer que nunca llegaría a manos extranjeras. El compatriota, que veía cómo las monjas agitaban sus pañuelos para despedir o dar la bienvenida a los barcos españoles que partían o llegaban a Puerto Rico, les entregó la bandera del "Antonio López" y les contó que se la había entregado un heroico desconocido, dando así paso a una costumbre que se conserva hasta nuestros días.
Hace algunos años, en el canal de entrada de San Juan de Puerto Rico, frente a los castillos del Morro y San Cristóbal, me llamó la atención una enorme bandera española que alguien ondeaba en un edificio blanco próximo a la embocadura. «Son las monjas», dijo quien me acompañaba, que era mi amigo y editor en Puerto Rico Miguel Tapia. «Y eso es que está entrando un barco español.» No hablamos más en ese momento, pues estábamos ocupados en otras cosas; pero lo de la bandera y las monjas me picó la curiosidad. Así que después procuré enterarme bien del asunto, que resultó ser una bella historia de lealtades y nostalgias. Algo que realmente comenzó hace más de un siglo, el 16 de julio de 1898.
Aquel fue el año del desastre. Trece días antes, la escuadra del almirante Cervera, que había salido a combatir sin esperanza en el combate más estúpido y heroico de nuestra historia, había sido aniquilada en Santiago de Cuba por el abrumador poder naval norteamericano. Los buques de guerra yanquis bloqueaban la isla de Puerto Rico, impidiendo la llegada de refuerzos y suministros a las tropas cercadas. En esas circunstancias, el Antonio López, un moderno y rápido buque mercante que había salido de Cádiz con armas y pertrechos para la guarnición, recibió un telegrama con el texto: «Es Que Usted Haga Llegar Preciso El Cargamento Un Puerto Rico Aunque Sí Pierda El Barco». Veterano, disciplinado, profesional, con los aparejos en su sitio, el capitán del Antonio López, que se llamaba don Ginés Carreras, intentó burlar el bloqueo estadounidense. No lo consiguió. El 28 de junio, cuando navegando sin luces y pegado a la costa intentaba entrar en San Juan, fue localizado por el USS Yosemite, que lo cañoneó. El capitán Carreras logró escapar a medias, varando el barco en Ensenada Honda, cerca de la playa de Socorro, desde donde en los días siguientes intentó llevar a tierra cuanto podía salvarse del cargamento. Pero dos semanas más tarde, el USS New Orleans se acercó para dar el golpe de gracia, destrozándolo a cañonazos.
Fue entonces cuando se tejió la historia que les cuento. Bajo el bombardeo, un tripulante del Antonio López, que se había atado la bandera del barco a la cintura antes de echarse al agua para intentar ganar tierra a nado, llegó gravemente herido a la orilla. Nunca pudo averiguarse su nombre, pues murió en brazos de un puertorriqueño de los que acudieron a ayudar a los náufragos. «Que no la agarren», suplicó el marinero mientras moría, señalando la bandera. Y el puertorriqueño cumplió su palabra, quizá porque se llamaba Rocaforte y era de padres gallegos. Hombre supersticioso o religioso, y en cualquier caso hombre de bien, por no incumplir la demanda de un moribundo, la guardó en su casa durante años. Y al fin, un día, pensó en las monjas.
Eran españolas, de las Siervas de María, instaladas en la isla desde 1897. Atendían un hospital junto a la boca del puerto, y permanecieron allí después de la salida de España y la descarada apropiación de la isla por los Estados Unidos. Acabada la guerra, las hermanas, con la natural nostalgia, adoptaron la costumbre de saludar desde la galería del hospital, agitando sus pañuelos, cada vez que un barco de su lejana patria entraba o salía en el puerto. Eso dio a Rocaforte la idea de confiarles la bandera. Se presentó en el hospital, contó la historia a la madre superiora, y le entregó la enseña. Y desde entonces, cuando entraba o salía de San Juan un barco español, las monjas hacían ondear en la galería, en vez de pañuelos, la vieja bandera del barco perdido.
Todavía lo hacen, un siglo después. De las veintisiete monjas que atienden hoy el hospital de las Siervas de María, ya sólo cinco son compatriotas nuestras. Pero cada vez que un barco español pasa frente al hospital, navegando lentamente por la canal de boyas, su capitán cumple el viejo ritual de dar tres toques de sirena y hacer ondear la bandera en respuesta al saludo de las monjas, que desde la galería agitan la suya. De haberlo sabido, aquel anónimo marinero del Antonio López que hace ciento doce años se arrojó al mar, intentando ganar la playa bajo el fuego norteamericano con la enseña de su barco atada a la cintura, estaría satisfecho. Me pregunto si quienes salieron a la calle tras el último partido del Mundial de Fútbol, llenándolo todo de colores rojo y amarillo, serían conscientes de que se trataba de la misma memoria y la misma bandera. Y de que, al ondearla con júbilo en calles y balcones, rendían también homenaje a tanta ingenua y pobre gente que, manipulada, engañada, manejada por los de siempre -«Aunque Sí Pierda El Barco», ordenaron los que diseñan banderas pero nunca mueren defendiéndolas-, cumplió honradamente con lo que creía eran su deber y su vergüenza torera. Y esto incluye a las monjas de San Juan.
Publicado en XLSemanal - 20/9/2010
Las siervas de María, 200 años ondeando la bandera de España
en Puerto Rico
Blanca de Ugarte
De esta tradición también se hizo eco, en mayo del año pasado, el diario EL IMPARCIAL, que dirige Joaquin Vila y preside el maestro Luis Maria Ansón, de la Real Academia Española. En el reportaje, acompañado de fotografías realizadas en el convento que mira a la bahía de San Juan, se decía lo siguiente:
“Sor Maximina, Sor Luisa, Sor Virtudes, Sor Prudencia y Sor Dolores son las cinco siervas de María españolas del hospital de San Juan de Puerto Rico. Desde hace más de dos siglos conservan orgullosas la tradición de hacer ondear la bandera de España cada vez que un buque compatriota visita la isla caribeña. El último barco en hacerlo fue el "Castilla", al que despidieron desde su balcón cuando abandonó el 9 de mayo el puerto en el que hizo escala antes de regresar a España tras varios meses de operación humanitaria en Haití.
“Hace más de dos siglos las siervas de María de Puerto Rico recibieron lo que hoy consideran su tesoro: la bandera de España. Había pertenecido a un buque mercante, el “Antonio López” de la Compañía Transatlántica Española que fue atacado en varios navíos estadounidenses durante el año del desastre, 1898.
Cuando los cañonazos del USN Yossemite anunciaron la muerte definitiva del mercante español, muy cerca de San Juan de Puerto Rico, un marinero moribundo nadó hasta tierra para llevar a buen recaudo la enseña nacional.
Un hombre de origen gallego recibió al marinero en la orilla y le juró entregar la bandera a quien mejor pudiera custodiarla. Escogió a ocho mujeres, todas de origen español, que habían dejado su tierra para atender a pobres enfermos y desvalidos. Eran religiosas y pertenecía la compañía de las Siervas de María. Cada vez que veían un barco español acudían emocionadas a recibirlo y, desde su convento, ondeaban sus pañuelos blancos para darle la bienvenida y, después, para despedirlo.
Hoy en día las religiosas conservan con orgullo y agrado la tradición. Desde el balcón del hospital que regentan toman la enseña nacional para ondearla. La última vez que la flamearon fue el pasado 9 de mayo cuando el buque “Castilla” partía de su escala de San Juan rumbo a España tras una intensa operación de ayuda humanitaria a Haití.
Las cinco monjas españolas de la congregación, Sor Maximina, Sor Luisa, Sor Virtudes, Sor Prudencia y Sor Dolores, correspondieron al saludo del “Castilla” mostrando la bandera de su Patria. Una emocionante despedida para los marinos españoles que estuvo acompañada por los acordes de “En mi viejo San Juan”.
Publicado por EL IMPARCIAL – 16-05-2010
El buque de asalto Castilla, atracando en San Juan, Puerto Rico
Historia de una Bandera
Las Siervas de Maria, a bordo del buque de asalto anfibio de la Armada
Española "Castilla", a su paso por San Juan de Puerto Rico
Las Siervas de Maria de San Juan de Puerto Rico. Estas monjas fueron depositarias en su día de la bandera del buque mercante “Antonio López” de la Compañía Transatlántica Española, navío de vapor y vela, de 1 chimenea, 3 mástiles y 6.400 toneladas, primer buque español con casco de acero y dotado de luz eléctrica, comandado por el capitán Ginés Carreras, que había salido del puerto de Cádiz con un cargamento de armas y otros pertrechos para San Juan el 16 de junio de 1898, fatídico año aquel para nuestra historia.
El buque fue atacado el 28 de junio por el USN Yossemite cuando se acercaba al puerto de San Juan, varando en las proximidades de Playa Socorro, y fue cañoneado de nuevo el 16 de julio por el USN New Orleans. Tras aquel último ataque, un marinero llegó nadando a tierra, moribundo, con la bandera del buque y la entregó a quien le tendió la mano ayudándole a ganar la orilla, haciéndole prometer, antes de morir, que no la dejaría caer en manos extranjeras. Aquel hombre, depositario de la bandera, de origen gallego, se apellidaba Rocafort y la mantuvo custodiada como el tesoro que era. Este apellido no es extraño ahora en esta isla.
Un año antes de estos hechos, en 1897, ocho hermanas españolas de la congregación de las Siervas de María, llegaron a instalarse a San Juan de Puerto Rico, regentando un hospitalillo para cuidar a los más pobres y desvalidos. El hospital se encontraba a la entrada del puerto y Rocafort veía como las hermanas saludaban con sus pañuelos a los barcos españoles cada vez que entraban o salían de él.
La preocupación le embargaba a Rocafort pues no sabía bien qué hacer con aquella bandera para mantener su promesa el día que él faltase, y el gesto de aquellas monjitas que saludaban a sus compatriotas desde las ventanas de su convento, le dio la feliz idea.
Un buen día se presentó en el pequeño hospital e hizo entrega, a la madre superiora, de aquella enseña que le había entregado el marinero español, cumpliendo de esta manera, la promesa hecha al moribundo de que no la dejaría caer en manos extranjeras. Las monjas, desde su privilegiada situación en la entrada a la bahía de San Juan, hacen flamear la bandera cada vez que un barco español entra o sale de aquel puerto caribeño. Los barcos, en mitad de la canal de entrada, hacen sonar su sirena y flamean igualmente la suya correspondiendo al saludo.
Actualmente de las 27 hermanas de la comunidad de San Juan, solo cinco son españolas, Sor Maximina, Sor Luisa, Sor Virtudes, Sor Prudencia y Sor Dolores. Ellas son las que se encargan de enseñar la bandera, les gusta el encargo y mantener la tradición.
El domingo 9 de mayo fue el día de salida del Castilla de su escala en San Juan. La salida fue por la tarde y por la mañana las hermanas pudieron visitar el buque donde asistieron a una misa oficiada en el comedor de marinería por Jesús María, Padre capellán, con ese nombre ya podrá.
La visita fue magnífica, fueron doce hermanas las que llegaron a bordo, quedando las demás al cuidado de los enfermos en su hospital, irradiaban alegría, se asombraban por todo y todo les gustaba. Después de la misa y la correspondiente visita al barco, tenían prisa por regresar al convento pues habían estado en pie toda la noche cuidando enfermos y debían dormir.
Ellas recibieron al Buque Castilla el día 6 y lo despidieron a la salida de la forma que es ya tradición con los buques españoles. Por parte del Buque Castilla, tanto a la entrada como a la salida, hizo sonar la sirena y ondeó la enseña nacional para corresponder al saludo que desde su balcón hacían con una gran bandera española.
A la salida, el Buque Castilla redujo la velocidad en la canal de boyas a la mínima de gobierno, haciendo más larga aquella despedida, a la que se sumaron los acordes de “En mi viejo San Juan” sonando por los altavoces del buque. La mitad de la ciudad escuchó aquella música y por supuesto las monjas, que no dejaron de tremolar la bandera en señal de despedida y agradecimiento a la visita efectuada por los marinos españoles que tan sacrificado pero satisfactorio trabajo han realizado en tierras haitianas.
Escrito en 2008 por un militar de la
Armada Española en el foro todoavante.es
Esta historia es uy bonita, muy romantica y muy...falsa. Demostrablemnete falsa. El Antonio Lopez fue canoneado durante plena GUerra, cuando se aproximaba a PR con cargamento militar, no cuando se iba. Cuando lovcanonearon e incendiaron, varado en la arena, ya habia sido abandonado y sin tripulacion, toda su carga y hasta el piano, platos y otros habian sido removidos! No hubo victimas. La bandera mostrada es una bandera de una unidad local, no de la marina naval o mercante hispana del periodo...
ResponderEliminarYo hice una investigación histórica donde rectifico datos y expongo documnentalmente cómo surgio la tradición y porqué. https://tienda.icp.gobierno.pr/tiendaicp/index.php?main_page=product_info&products_id=439
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